MISIÓN DE LA FAMILIA EN LA IGLESIA
ACTIVIDAD:
Los estudiantes prepararán en sus cuadernos, por parejas carteles a partir del material que se les entregue para presentar la próxima semana. Deben contener:
Los estudiantes prepararán en sus cuadernos, por parejas carteles a partir del material que se les entregue para presentar la próxima semana. Deben contener:
- Mapa conceptual que resuma todos los contenidos con los títulos y numerales del documento que se les entregue.
- Idea principal resumida en una frase.
Este es el cuarto capítulo de la Exhortación
Apostólica “Familiaris Consortio” de Juan Pablo II sobre la misión de la
familia cristiana en el mundo actual. Esta
encíclica fue publicada el 22 de noviembre de 1981, cuando el Papa Juan Pablo
II se encontraba delicado de salud por el atentado que tuvo. El
documento fue un fruto de su gran trabajo por la familia y por la vida, ante
los ataques contra estos grandes valores.
1
IV - PARTICIPACIÓN EN LA VIDA Y MISIÓN DE LA IGLESIA
49. Entre los cometidos
fundamentales de la familia cristiana se halla el eclesial, es decir, que ella
está puesta al servicio de la edificación del Reino de Dios en la historia,
mediante la participación en la vida y misión de la Iglesia.
Para comprender mejor los
fundamentos, contenidos y características de tal participación, hay que
examinar a fondo los múltiples y profundos vínculos que unen entre sí a la
Iglesia y a la familia cristiana, y que hacen de esta última como una “Iglesia
en miniatura” (Ecclesia domestica) de modo que sea, a su
manera, una imagen viva y una representación histórica del misterio mismo de la
Iglesia.
Es ante todo la Iglesia Madre
la que engendra, educa, edifica la familia cristiana, poniendo en práctica para
con la misma la misión de salvación que ha recibido de su Señor. Con el anuncio
de la Palabra de Dios, la Iglesia revela a la familia cristiana su verdadera
identidad, lo que es y debe ser según el plan del Señor; con la celebración de
los sacramentos, la Iglesia enriquece y corrobora a la familia cristiana con la
gracia de Cristo, en orden a su santificación para la gloria del Padre; con la
renovada proclamación del mandamiento nuevo de la caridad, la Iglesia anima y
guía a la familia cristiana al servicio del amor, para que imite y reviva el
mismo amor de donación y sacrificio que el Señor Jesús nutre hacia toda la
humanidad.
Por su parte la familia cristiana
está insertada de tal forma en el misterio de la Iglesia que participa, a su
manera, en la misión de salvación que es propia de la Iglesia. Los cónyuges y
padres cristianos, en virtud del sacramento, “poseen su propio don, dentro del
Pueblo de Dios, en su estado y forma de vida”. Por eso no sólo
“reciben” el amor de Cristo, convirtiéndose en comunidad “salvada”, sino que
están también llamados a “transmitir” a los hermanos el mismo amor de Cristo,
haciéndose así comunidad “salvadora”. De esta manera, a la vez que es fruto y
signo de la fecundidad sobrenatural de la Iglesia, la familia cristiana se hace
símbolo, testimonio y participación de la maternidad de la Iglesia.
Un cometido eclesial propio y original
50. La familia cristiana está
llamada a tomar parte viva y responsable en la misión de la Iglesia de manera
propia y original, es decir, poniendo a servicio de la Iglesia y de la sociedad
su propio ser y obrar, en cuanto comunidad íntima de vida y de amor.
Si la familia cristiana es
comunidad cuyos vínculos son renovados por Cristo mediante la fe y los
sacramentos, su participación en la misión de la Iglesia debe realizarse según
una modalidad comunitaria; juntos, pues, los cónyuges en cuanto
pareja, y los padres e hijos en cuanto familia, han de vivir su
servicio a la Iglesia y al mundo. Deben ser en la fe “un corazón y un alma
sola”, mediante el común espíritu apostólico que los anima y la
colaboración que los empeña en las obras de servicio a la comunidad eclesial y
civil.
La familia cristiana edifica
además el Reino de Dios en la historia mediante esas mismas realidades
cotidianas que tocan y distinguen su condición de vida. Es por ello en el amor
conyugal y familiar —vivido en su extraordinaria riqueza de valores y
exigencias de totalidad, unicidad, fidelidad y fecundidad------
donde se expresa y realiza la participación de la familia cristiana en la
misión profética, sacerdotal y real de Jesucristo y de su Iglesia. El amor y la
vida constituyen por lo tanto el núcleo de la misión salvífica de la familia
cristiana en la Iglesia y para la Iglesia.
Lo recuerda el Concilio
Vaticano II cuando dice: “La familia hará partícipes a otras familias,
generosamente, de sus riquezas espirituales. Así es como la familia cristiana,
cuyo origen está en el matrimonio, que es imagen y participación de la alianza
de amor entre Cristo y la Iglesia, manifestará a todos la presencia viva del
Salvador en el mundo y la auténtica naturaleza de la Iglesia, ya por el amor,
la generosa fecundidad, la unidad y fidelidad de los esposos, ya por la
cooperación amorosa de todos sus miembros”.
Puesto así el fundamento de
la participación de la familia cristiana en la misión eclesial, hay que poner
de manifiesto ahora su contenido en la triple unitaria referencia a
Jesucristo Profeta, Sacerdote y Rey, presentando por ello la familia
cristiana como 1) comunidad creyente y evangelizadora, 2) comunidad en diálogo
con Dios, 3) comunidad al servicio del hombre.
2
1) La familia cristiana, comunidad creyente y
evangelizadora
La fe, descubrimiento y admiración del plan de Dios
sobre la familia
51. Dado que participa de la vida y misión de la Iglesia, la
cual escucha religiosamente la Palabra de Dios y la proclama con firme
confianza, la familia cristiana vive su cometido profético
acogiendo y anunciando la Palabra de Dios. Se hace así, cada día más, una
comunidad creyente y evangelizadora.
También a los esposos y padres cristianos se exige la
obediencia a la fe, ya que son llamados a acoger la Palabra del
Señor que les revela la estupenda novedad —la Buena Nueva— de su vida conyugal
y familiar, que Cristo ha hecho santa y santificadora. En efecto, solamente
mediante la fe ellos pueden descubrir y admirar con gozosa gratitud a qué
dignidad ha elevado Dios el matrimonio y la familia, constituyéndolos en signo
y lugar de la alianza de amor entre Dios y los hombres, entre Jesucristo y la
Iglesia esposa suya. La misma preparación al matrimonio cristiano se califica
ya como un itinerario de fe. Es, en efecto, una ocasión privilegiada para que
los novios vuelvan a descubrir y profundicen la fe recibida en el Bautismo y
alimentada con la educación cristiana. De esta manera reconocen y acogen
libremente la vocación a vivir el seguimiento de Cristo y el servicio al Reino
de Dios en el estado matrimonial.
El momento fundamental de la fe de los esposos está en la
celebración del sacramento del matrimonio, que en el fondo de su naturaleza es
la proclamación, dentro de la Iglesia, de la Buena Nueva sobre el amor
conyugal. Es la Palabra de Dios que “revela” y “culmina” el proyecto sabio y
amoroso que Dios tiene sobre los esposos, llamados a la misteriosa y real
participación en el amor mismo de Dios hacia la humanidad. Si la celebración
sacramental del matrimonio es en sí misma una proclamación de la Palabra de
Dios en cuanto son por título diverso protagonistas y celebrantes, debe ser una
“profesión de fe” hecha dentro y con la Iglesia, comunidad de creyentes.
Esta profesión de fe ha de ser continuada en la vida de los
esposos y de la familia. En efecto, Dios que ha llamado a los esposos “al”
matrimonio, continúa a llamarlos “en el” matrimonio. Dentro y a
través de los hechos, los problemas, las dificultades, los acontecimientos de
la existencia de cada día, Dios viene a ellos, revelando y proponiendo las
“exigencias” concretas de su participación en el amor de Cristo por su Iglesia,
de acuerdo con la particular situación —familiar, social y eclesial— en la que
se encuentran. El descubrimiento y la obediencia al plan de Dios deben hacerse
“en conjunto” por parte de la comunidad conyugal y familiar, a través de la
misma experiencia humana del amor vivido en el Espíritu de Cristo entre los
esposos, entre los padres y los hijos.
Para esto, también la pequeña Iglesia doméstica, como la gran
Iglesia, tiene necesidad de ser evangelizada continua e intensamente. De ahí
deriva su deber de educación permanente en la fe.
3
Ministerio
de evangelización de la familia cristiana
52. En la medida en que la familia cristiana acoge el
Evangelio y madura en la fe, se hace comunidad evangelizadora. Escuchemos de
nuevo a Pablo VI: “La familia, al igual que la Iglesia, debe ser un espacio
donde el Evangelio es transmitido y desde donde éste se irradia.
Dentro pues de una familia consciente de esta misión, todos
los miembros de la misma evangelizan y son evangelizados. Los padres no sólo
comunican a los hijos el Evangelio, sino que pueden a su vez recibir de ellos
este mismo Evangelio profundamente vivido... Una familia así se hace
evangelizadora de otras muchas familias y del ambiente en que ella vive”.
Como ha repetido el Sínodo, recogiendo mi llamada lanzada en
Puebla, la futura evangelización depende en gran parte de la Iglesia doméstica. Esta misión apostólica de la familia está enraizada en el
Bautismo y recibe con la gracia sacramental del matrimonio una nueva fuerza
para transmitir la fe, para santificar y transformar la sociedad actual según
el plan de Dios.
La familia cristiana, hoy sobre todo, tiene una especial
vocación a ser testigo de la alianza pascual de Cristo, mediante la constante
irradiación de la alegría del amor y de la certeza de la esperanza, de la que
debe dar razón: “La familia cristiana proclama en voz alta tanto las presentes
virtudes del reino de Dios como la esperanza de la vida bienaventurada”.
La absoluta necesidad de la catequesis familiar surge con
singular fuerza en determinadas situaciones, que la Iglesia constata por
desgracia en diversos lugares: “En los lugares donde una legislación
antirreligiosa pretende incluso impedir la educación en la fe, o donde ha
cundido la incredulidad o ha penetrado el secularismo hasta el punto de
resultar prácticamente imposible una verdadera creencia religiosa, la Iglesia
doméstica es el único ámbito donde los niños y los jóvenes pueden recibir una
auténtica catequesis”.
53. El ministerio de evangelización de los padres cristianos
es original e insustituible y asume las características típicas de la vida familiar,
hecha, como debería estar, de amor, sencillez, concreción y testimonio
cotidiano.
La familia debe formar a los hijos para la vida, de manera
que cada uno cumpla en plenitud su cometido, de acuerdo con la vocación
recibida de Dios. Efectivamente, la familia que está abierta a los valores
transcendentes, que sirve a los hermanos en la alegría, que cumple con generosa
fidelidad sus obligaciones y es consciente de su cotidiana participación en el
misterio de la cruz gloriosa de Cristo, se convierte en el primero y mejor
seminario de vocaciones a la vida consagrada al Reino de Dios.
El ministerio de evangelización y catequesis de los padres
debe acompañar la vida de los hijos también durante su adolescencia y juventud,
cuando ellos, como sucede con frecuencia, contestan o incluso rechazan la fe
cristiana recibida en los primeros años de su vida. Y así como en la Iglesia no
se puede separar la obra de evangelización del sufrimiento del apóstol, así
también en la familia cristiana los padres deben afrontar con valentía y gran
serenidad de espíritu las dificultades que halla a veces en los mismos hijos su
ministerio de evangelización.
No hay que olvidar que el servicio llevado a cabo por los
cónyuges y padres cristianos en favor del Evangelio es esencialmente un
servicio eclesial, es decir, que se realiza en el contexto de la Iglesia entera
en cuanto comunidad evangelizada y evangelizadora. En cuanto enraizado y
derivado de la única misión de la Iglesia y en cuanto ordenado a la edificación
del único Cuerpo de Cristo, el ministerio de evangelización y
de catequesis de la Iglesia doméstica ha de quedar en íntima comunión y ha de
armonizarse responsablemente con los otros servicios de evangelización y de
catequesis presentes y operantes en la comunidad eclesial, tanto diocesana como
parroquial.
Predicar
el Evangelio a toda criatura
54. La universalidad sin fronteras es el horizonte propio de
la evangelización, animada interiormente por el afán misionero, ya que es de
hecho la respuesta a la explícita e inequívoca consigna de Cristo: “Id por el
mundo y predicad el Evangelio a toda criatura”.
También la fe y la misión evangelizadora de la familia
cristiana poseen esta dimensión misionera católica. El sacramento del
matrimonio que plantea con nueva fuerza el deber arraigado en el bautismo y en
la confirmación de defender y difundir la fe, constituye a los
cónyuges y padres cristianos en testigos de Cristo “hasta los últimos confines
de la tierra”, como verdaderos y propios misioneros” del amor y
de la vida.
Una cierta forma de actividad misionera puede ser desplegada
ya en el interior de la familia. Esto sucede cuando alguno de los componentes
de la misma no tiene fe o no la practica con coherencia. En este caso, los
parientes deben ofrecerles tal testimonio de vida que los estimule y sostenga
en el camino hacia la plena adhesión a Cristo Salvador.
Animada por el espíritu misionero en su propio interior, la
Iglesia doméstica está llamada a ser un signo luminoso de la presencia de
Cristo y de su amor incluso para los “alejados”, para las familias que no creen
todavía y para las familias cristianas que no viven coherentemente la fe
recibida. Está llamada “con su ejemplo y testimonio” a iluminar “a los que
buscan la verdad”.
Así como ya al principio del cristianismo Aquila y Priscila
se presentaban como una pareja misionera, así también la
Iglesia testimonia hoy su incesante novedad y vigor con la presencia de
cónyuges y familias cristianas que, al menos durante un cierto período de
tiempo, van a tierras de misión a anunciar el Evangelio, sirviendo al hombre
por amor de Jesucristo.
Las familias cristianas dan una contribución particular a la
causa misionera de la Iglesia, cultivando la vocación misionera en sus propios
hijos e hijasy, de manera más general, con una obra educadora
que prepare a sus hijos, desde la juventud “para conocer el amor de Dios hacia
todos los hombres”.
2) La familia cristiana, comunidad en diálogo con
Dios
El santuario doméstico de la Iglesia
55. El anuncio del Evangelio y su acogida mediante la
fe encuentran su plenitud en la celebración sacramental. La Iglesia, comunidad
creyente y evangelizadora, es también pueblo sacerdotal, es decir, revestido de
la dignidad y partícipe de la potestad de Cristo, Sumo Sacerdote de la nueva y
eterna Alianza.
También la familia cristiana está inserta en la Iglesia,
pueblo sacerdotal, mediante el sacramento del matrimonio, en el cual está
enraizada y de la que se alimenta, es vivificada continuamente por el Señor y
es llamada e invitada al diálogo con Dios mediante la vida sacramental, el
ofrecimiento de la propia vida y oración.
Este es el cometido sacerdotal que la
familia cristiana puede y debe ejercer en íntima comunión con toda la Iglesia,
a través de las realidades cotidianas de la vida conyugal y familiar. De esta
manera la familia cristiana es llamada a santificarse y a santificar a
la comunidad eclesial y al mundo.
56. Fuente y medio original de santificación propia
para los cónyuges y para la familia cristiana es el sacramento del matrimonio,
que presupone y especifica la gracia santificadora del bautismo. En virtud del
misterio de la muerte y resurrección de Cristo, en el que el matrimonio
cristiano se sitúa de nuevo, el amor conyugal es purificado y santificado: “El
Señor se ha dignado sanar este amor, perfeccionarlo y elevarlo con el don
especial de la gracia y la caridad”.
El don de Jesucristo no se agota en la celebración del
sacramento del matrimonio, sino que acompaña a los cónyuges a lo largo de toda
su existencia. Lo recuerda explícitamente el Concilio Vaticano II cuando dice
que Jesucristo “permanece con ellos para que los esposos, con su mutua entrega,
se amen con perpetua fidelidad, como Él mismo amó a la Iglesia y se entregó por
ella... Por ello los esposos cristianos, para cumplir dignamente sus deberes de
estado, están fortificados y como consagrados por un sacramento especial, con
cuya virtud, al cumplir su misión conyugal y familiar, imbuidos del espíritu de
Cristo, que satura toda su vida de fe, esperanza y caridad, llegan cada vez más
a su propia perfección y a su mutua santificación, y, por tanto, conjuntamente,
a la glorificación de Dios”.
La vocación universal a la santidad está dirigida
también a los cónyuges y padres cristianos. Para ellos está especificada por el
sacramento celebrado y traducida concretamente en las realidades propias de la
existencia conyugal y familiar. De ahí nacen la gracia y
la exigencia de una auténtica y profunda espiritualidad conyugal y
familiar, que ha de inspirarse en los motivos de la creación, de la
alianza, de la cruz, de la resurrección y del signo, de los que se ha ocupado
en más de una ocasión el Sínodo.
El matrimonio cristiano, como todos los sacramentos que
“están ordenados a la santificación de los hombres, a la edificación del Cuerpo
de Cristo y, en definitiva, a dar culto a Dios”, es en sí
mismo un acto litúrgico de glorificación de Dios en Jesucristo y en la Iglesia.
Celebrándolo, los cónyuges cristianos profesan su gratitud a Dios por el bien
sublime que se les da de poder revivir en su existencia conyugal y familiar el
amor mismo de Dios por los hombres y del Señor Jesús por la Iglesia, su esposa.
Y como del sacramento derivan para los cónyuges el don y el
deber de vivir cotidianamente la santificación recibida, del mismo sacramento
brotan también la gracia y el compromiso moral de transformar toda su vida en
un continuo sacrificio espiritual. También a los esposos y
padres cristianos, de modo especial en esas realidades terrenas y temporales
que los caracterizan, se aplican las palabras del Concilio: “También los
laicos, como adoradores que en todo lugar actúan santamente, consagran el mundo
mismo a Dios”.
Matrimonio
y Eucaristía
57. El deber de santificación de la familia cristiana
tiene su primera raíz en el bautismo y su expresión máxima en la Eucaristía, a
la que está íntimamente unido el matrimonio cristiano. El Concilio Vaticano II
ha querido poner de relieve la especial relación existente entre la Eucaristía
y el matrimonio, pidiendo que habitualmente éste se celebre “dentro de la
Misa”. Volver a encontrar y profundizar tal relación es del
todo necesario, si se quiere comprender y vivir con mayor intensidad la gracia
y las responsabilidades del matrimonio y de la familia cristiana.
La Eucaristía es la fuente misma del matrimonio cristiano. En
efecto, el sacrificio eucarístico representa la alianza de amor de Cristo con
la Iglesia, en cuanto sellada con la sangre de la cruz. Y en
este sacrificio de la Nueva y Eterna Alianza los cónyuges cristianos encuentran
la raíz de la que brota, que configura interiormente y vivifica desde dentro,
su alianza conyugal. En cuanto representación del sacrificio de amor de Cristo
por su Iglesia, la Eucaristía es manantial de caridad. Y en el don eucarístico
de la caridad la familia cristiana halla el fundamento y el alma de su
“comunión” y de su “misión”, ya que el Pan eucarístico hace de los diversos
miembros de la comunidad familiar un único cuerpo, revelación y participación
de la más amplia unidad de la Iglesia; además, la participación en el Cuerpo
“entregado” y en la Sangre “derramada” de Cristo se hace fuente inagotable del
dinamismo misionero y apostólico de la familia cristiana.
58. Parte esencial y permanente del cometido de santificación
de la familia cristiana es la acogida de la llamada evangélica a la conversión,
dirigida a todos los cristianos que no siempre permanecen fieles a la “novedad”
del bautismo que los ha hecho “santos”. Tampoco la familia es siempre coherente
con la ley de la gracia y de la santidad bautismal, proclamada nuevamente en el
sacramento del matrimonio.
El arrepentimiento y perdón mutuo dentro de la familia
cristiana que tanta parte tienen en la vida cotidiana, hallan su momento
sacramental específico en la Penitencia cristiana. Respecto de los cónyuges
cristianos, así escribía Pablo VI en la encíclica Humanae vitae: “Y
si el pecado les sorprendiese todavía, no se desanimen, sino que recurran con
humilde perseverancia a la misericordia de Dios, que se concede en el
Sacramento de la Penitencia”.
La celebración de este sacramento adquiere un significado
particular para la vida familiar. En efecto, mientras mediante la fe descubren
cómo el pecado contradice no sólo la alianza con Dios, sino también la alianza
de los cónyuges y la comunión de la familia, los esposos y todos los miembros
de la familia son alentados al encuentro con Dios “rico en misericordia”, el cual, infundiendo su amor más fuerte que el pecado, reconstruye y perfecciona la alianza conyugal y la comunión
familiar.
La
plegaria familiar
59. La Iglesia ora por la familia cristiana y la educa
para que viva en generosa coherencia con el don y el cometido sacerdotal
recibidos de Cristo Sumo Sacerdote. En realidad, el sacerdocio bautismal de los
fieles, vivido en el matrimonio-sacramento, constituye para los cónyuges y para
la familia el fundamento de una vocación y de una misión sacerdotal, mediante
la cual su misma existencia cotidiana se transforma en “sacrificio espiritual
aceptable a Dios por Jesucristo”. Esto sucede no sólo con la
celebración de la Eucaristía y de los otros sacramentos o con la ofrenda de sí
mismos para gloria de Dios, sino también con la vida de oración, con el diálogo
suplicante dirigido al Padre por medio de Jesucristo en el Espíritu Santo.
La plegaria familiar tiene características propias. Es una
oración hecha en común, marido y mujer juntos, padres e hijos juntos. La
comunión en la plegaria es a la vez fruto y exigencia de esa comunión que
deriva de los sacramentos del bautismo y del matrimonio. A los miembros de la
familia cristiana pueden aplicarse de modo particular las palabras con las
cuales el Señor Jesús promete su presencia: “Os digo en verdad que si dos de
vosotros conviniéreis sobre la tierra en pedir cualquier cosa, os lo otorgará
mi Padre que está en los cielos. Porque donde están dos o tres congregados en
mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”.
Esta plegaria tiene como contenido original la misma
vida de familia que en las diversas circunstancias es interpretada
como vocación de Dios y es actuada como respuesta filial a su llamada: alegrías
y dolores, esperanzas y tristezas, nacimientos y cumpleaños, aniversarios de la
boda de los padres, partidas, alejamientos y regresos, elecciones importantes y
decisivas, muerte de personas queridas, etc., señalan la intervención del amor
de Dios en la historia de la familia, como deben también señalar el momento
favorable de acción de gracias, de imploración, de abandono confiado de la
familia al Padre común que está en los cielos. Además, la dignidad y responsabilidades
de la familia cristiana en cuanto Iglesia doméstica solamente pueden ser
vividas con la ayuda incesante de Dios, que será concedida sin falta a cuantos
la pidan con humildad y confianza en la oración.
60. En virtud de su dignidad y misión, los padres cristianos
tienen el deber específico de educar a sus hijos en la plegaria, de
introducirlos progresivamente al descubrimiento del misterio de Dios y del
coloquio personal con Él: “Sobre todo en la familia cristiana, enriquecida con
la gracia y los deberes del sacramento del matrimonio, importa que los hijos
aprendan desde los primeros años a conocer y a adorar a Dios y a amar al
prójimo según la fe recibida en el bautismo”.
Elemento fundamental e insustituible de la educación a la
oración es el ejemplo concreto, el testimonio vivo de los padres; sólo orando
junto con sus hijos, el padre y la madre, mientras ejercen su propio sacerdocio
real, calan profundamente en el corazón de sus hijos, dejando huellas que los
posteriores acontecimientos de la vida no lograrán borrar. Escuchemos de nuevo
la llamada que Pablo VI ha dirigido a las madres y a los padres: “Madres,
¿enseñáis a vuestros niños las oraciones del cristiano? ¿Preparáis, de acuerdo
con los sacerdotes, a vuestros hijos para los sacramentos de la primera edad:
confesión, comunión, confirmación? ¿Los acostumbráis, si están enfermos, a
pensar en Cristo que sufre? ¿A invocar la ayuda de la Virgen y de los santos?
¿Rezáis el rosario en familia? Y vosotros, padres, ¿sabéis rezar con vuestros
hijos, con toda la comunidad doméstica, al menos alguna vez? Vuestro ejemplo,
en la rectitud del pensamiento y de la acción, apoyado por alguna oración común
vale una lección de vida, vale un acto de culto de un mérito singular; lleváis
de este modo la paz al interior de los muros domésticos: "Pax huic
domui". Recordad: así edificáis la Iglesia”.
8
Plegaria
litúrgica y privada
61. Hay una relación profunda y vital entre la oración de la
Iglesia y la de cada uno de los fieles, como ha confirmado claramente el
Concilio Vaticano II.(153) Una finalidad importante de
la plegaria de la Iglesia doméstica es la de constituir para los hijos la
introducción natural a la oración litúrgica propia de toda la Iglesia, en el
sentido de preparar a ella y de extenderla al ámbito de la vida personal,
familiar y social. De aquí deriva la necesidad de una progresiva participación
de todos los miembros de la familia cristiana en la Eucaristía, sobre todo los
domingos y días festivos, y en los otros sacramentos, de modo particular en los
de la iniciación cristiana de los hijos. Las directrices conciliares han
abierto una nueva posibilidad a la familia cristiana, que ha sido colocada
entre los grupos a los que se recomienda la celebración comunitaria del Oficio
divino. Pondrán asimismo cuidado las familias cristianas en
celebrar, incluso en casa y de manera adecuada a sus miembros, los tiempos y
festividades del año litúrgico.
Para preparar y prolongar en casa el culto celebrado en la
iglesia, la familia cristiana recurre a la oración privada, que presenta gran
variedad de formas. Esta variedad, mientras testimonia la riqueza
extraordinaria con la que el Espíritu anima la plegaria cristiana, se adapta a
las diversas exigencias y situaciones de vida de quien recurre al Señor. Además
de las oraciones de la mañana y de la noche, hay que recomendar explícitamente
—siguiendo también las indicaciones de los Padres Sinodales— la lectura y
meditación de la Palabra de Dios, la preparación a los sacramentos, la devoción
y consagración al Corazón de Jesús, las varias formas de culto a la Virgen
Santísima, la bendición de la mesa, las expresiones de la religiosidad popular.
Dentro del respeto debido a la libertad de los hijos de Dios,
la Iglesia ha propuesto y continúa proponiendo a los fieles algunas prácticas
de piedad en las que pone una particular solicitud e insistencia. Entre éstas
es de recordar el rezo del rosario: “Y ahora, en continuidad de intención con
nuestros Predecesores, queremos recomendar vivamente el rezo del santo Rosario
en familia .... no cabe duda de que el Rosario a la Santísima Virgen debe ser
considerado como una de las más excelentes y eficaces oraciones comunes que la
familia cristiana está invitada a rezar. Nos queremos pensar y deseamos
vivamente que cuando un encuentro familiar se convierta en tiempo de oración,
el Rosario sea su expresión frecuente y preferida”. Así la
auténtica devoción mariana, que se expresa en la unión sincera y en el generoso
seguimiento de las actitudes espirituales de la Virgen Santísima, constituye un
medio privilegiado para alimentar la comunión de amor de la familia y para
desarrollar la espiritualidad conyugal y familiar. Ella, la Madre de Cristo y
de la Iglesia, es en efecto y de manera especial la Madre de las familias
cristianas, de las Iglesias domésticas.
Plegaria
y vida
62. No hay que olvidar nunca que la oración es parte
constitutiva y esencial de la vida cristiana considerada en su integridad y
profundidad. Más aún, pertenece a nuestra misma “humanidad” y es “la primera
expresión de la verdad interior del hombre, la primera condición de la
auténtica libertad del espíritu”.
Por ello la plegaria no es una evasión que desvía del
compromiso cotidiano, sino que constituye el empuje más fuerte para que la
familia cristiana asuma y ponga en práctica plenamente sus responsabilidades
como célula primera y fundamental de la sociedad humana. En ese sentido, la
efectiva participación en la vida y misión de la Iglesia en el mundo es
proporcional a la fidelidad e intensidad de la oración con la que la familia
cristiana se una a la Vid fecunda, que es Cristo.
De la unión vital con Cristo, alimentada por la liturgia, de
la ofrenda de sí mismo y de la oración deriva también la fecundidad de la
familia cristiana en su servicio específico de promoción humana, que no puede
menos de llevar a la transformación del mundo.
3 ) La familia cristiana, comunidad al servicio
del hombre
El nuevo mandamiento del amor
63. La Iglesia, pueblo profético, sacerdotal y real, tiene la
misión de llevar a todos los hombres a acoger con fe la Palabra de Dios, a
celebrarla y profesarla en los sacramentos y en la plegaria, y finalmente a
manifestarla en la vida concreta según el don y el nuevo mandamiento del amor.
La vida cristiana encuentra su ley no en un código escrito,
sino en la acción personal del Espíritu Santo que anima y guía al cristiano, es
decir, en “la ley del espíritu de vida en Cristo Jesús”: “el
amor de Dios se ha derramado en nuestros corazones por virtud del Espíritu
Santo, que nos ha sido dado”.
Esto vale también para la pareja y para la familia cristiana:
su guía y norma es el Espíritu de Jesús, difundido en los corazones con la
celebración del sacramento del matrimonio. En continuidad con el bautismo de
agua y del Espíritu, el matrimonio propone de nuevo la ley evangélica del amor,
y con el don del Espíritu la graba más profundamente en el corazón de los
cónyuges cristianos. Su amor, purificado y salvado, es fruto del Espíritu que
actúa en el corazón de los creyentes y se pone a la vez como el mandamiento
fundamental de la vida moral que es una exigencia de su libertad responsable.
La familia cristiana es así animada y guiada por la ley nueva
del Espíritu y en íntima comunión con la Iglesia, pueblo real, es llamada a
vivir su “servicio” de amor a Dios y a los hermanos. Como Cristo ejerce su
potestad real poniéndose al servicio de los hombres, así
también el cristiano encuentra el auténtico sentido de su participación en la
realeza de su Señor, compartiendo su espíritu y su actitud de servicio al
hombre: “Este poder lo comunicó a sus discípulos, para que también ellos queden
constituidos en soberana libertad, y por su abnegación y santa vida venzan en
sí mismos el reino del pecado (cf. Rom 6, 12). Más aún, para
que sirviendo a Cristo también en los demás, conduzcan con humildad y paciencia
a sus hermanos al Rey, cuyo servicio equivale a reinar. También por medio de
los fieles laicos el Señor desea dilatar su reino: reino de verdad y de
vida, reino de santidad y de gracia, reino de justicia, de amor y de paz.
Un reino en el cual la misma creación será liberada de la servidumbre de la
corrupción para participar en la libertad de la gloria de los hijos de Dios
(cf. Rom 8, 21)”.
Descubrir
en cada hermano la imagen de Dios
64. Animada y sostenida por el mandamiento nuevo del amor, la
familia cristiana vive la acogida, el respeto, el servicio a cada hombre,
considerado siempre en su dignidad de persona y de hijo de Dios.
Esto debe realizarse ante todo en el interior y en beneficio
de la pareja y la familia, mediante el cotidiano empeño en promover una
auténtica comunidad de personas, fundada y alimentada por la comunión interior
de amor. Ello debe desarrollarse luego dentro del círculo más amplio de la
comunidad eclesial en el que la familia cristiana vive. Gracias a la caridad de
la familia, la Iglesia puede y debe asumir una dimensión más doméstica, es
decir, más familiar, adoptando un estilo de relaciones más humano y fraterno.
La caridad va más allá de los propios hermanos en la fe, ya
que “cada hombre es mi hermano”; en cada uno, sobre todo si es pobre, débil, si
sufre o es tratado injustamente, la caridad sabe descubrir el rostro de Cristo
y un hermano a amar y servir.
Para que el servicio al hombre sea vivido en la familia de
acuerdo con el estilo evangélico, hay que poner en práctica con todo cuidado lo
que enseña el Concilio Vaticano II: “Para que este ejercicio de la caridad sea
verdaderamente irreprochable y aparezca como tal, es necesario ver en el
prójimo la imagen de Dios, según la cual ha sido creado, y a Cristo Señor, a
quien en realidad se ofrece lo que al necesitado se da”.
La familia cristiana, mientras con la caridad edifica la
Iglesia, se pone al servicio del hombre y del mundo, actuando de verdad aquella
“promoción humana”, cuyo contenido ha sido sintetizado en el Mensaje del Sínodo
a las familias: “Otro cometido de la familia es el de formar los hombres al
amor y practicar el amor en toda relación humana con los demás, de tal modo que
ella no se encierre en sí misma, sino que permanezca abierta a la comunidad,
inspirándose en un sentido de justicia y de solicitud hacia los otros,
consciente de la propia responsabilidad hacia toda la sociedad”.
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